Casi todos los niños tienden a ser desordenados, pero cada niño es diferente, algunos son muy meticulosos y organizados y otros no tanto, en su manera de actuar frente a las responsabilidades de limpieza, orden y tareas escolares y personales. El niño que tiende a ser desordenado normalmente responde a un determinado rasgo de personalidad desde el punto de vista psicológico. El niño con ese determinado rasgo de personalidad es desordenado por naturaleza y es algo que no puede evitar, es algo natural en él, podemos afirmar que nace con esa tendencia. Por lo tanto, no podemos pretender que se convierta en una persona metódica y tremendamente organizada, aunque sí podemos enseñarle a mejorar ese aspecto. Desde que son muy pequeños, debemos lograr que el niño entienda que cada uno tiene que responsabilizarse de sus cosas en casa o en el colegio, saber cuidarlas y colocarlas en su sitio.
Podemos fijar unas pautas de comportamiento que han de cumplir, entre las que sugerimos las siguientes:
- Cada cosa en su sitio. Hay que destinar sitios y espacios para sus cosas. Todo tiene que tener un lugar concreto donde colocarlo. Para ello, nosotros podemos idear un sistema que le facilite su colocación (cada tipo de cosas y colocarlas en estantes o cajas diferentes).
- Colocar las cosas en lugares accesibles. Tenemos que facilitarle todo lo posible la posibilidad de coger y guardar sus cosas sin nuestra ayuda. Para ello, es necesario colocarlas en lugares de fácil acceso para ellos o bien, facilitarles un taburete estable en el que pueda subirse para coger y guardar sus cosas.
- Desde muy pequeño el niño debe adquirir la costumbre de recoger sus juguetes cuando haya terminado de jugar. Al principio, es necesario que los padres estén con él y guarden juntos los juguetes, enseñándoles cómo hacerlo y mostrándoles que recoger todo lo que han sacado forma parte del juego.
- Evitar acumular cosas innecesarias o inservibles. Cuando sus juguetes se estropeen y ya no sirven deberá deshacerse de ellos.
- Procurar ser claros y precisos cuando queremos que ordene y limpie. Es más positivo utilizar frases en las que se concrete lo que esperamos que haga: “guarda los juguetes en sus cajas” o “cuelga la ropa en el armario”; y ser firmes en nuestra forma de pedírselo, no dando lugar a que nos diga “luego lo hago” o “espera un poco”.
- Incentivar el orden. La mejor manera de incentivar el orden es utilizando elogios y reforzando comportamientos positivos.
Algunas orientaciones para mejorar esta situación son:
- Ayudarle a realizar las tareas y ordenar con él/ella. Por ejemplo tomarse tiempo para arreglar con el niño su habitación para que aprenda a hacerlo mejor y mostrarle el resultado final.
- Supervisión frecuente por nuestra parte. No debemos indicarle que haga algo y no volver a ello más, dando por hecho que lo hará por sí mismo todos los días.
- Ser flexibles en la realización de las tareas. Si no lo hace perfecto no importa, lo importante es que lo haga, para crear un hábito. Los hábitos llevan tiempo para instaurarse (aproximadamente un mes realizándolos a diario).
¿Cómo ayudar a un niño desordenado? A continuación se recoge un procedimiento para llevar a cabo:
- Podemos marcarle una tarea que debe cumplir durante 1 mes, pero primero enseñarle cómo hacerla, haciéndola con él.
- Separa ese periodo en períodos más breves (por ejemplo 3 bloques de 10 días), para que la consecución de los objetivos no sea tan a largo plazo y pueda comprobar el resultado de manera más inmediata.
- Motívalo a hacerlo ofreciéndole algo divertido para él, un refuerzo, cada vez que termine esos 10 días (o el bloque determinado, que puede ser menor). Por ejemplo una salida al cine, al parque, llevarlo con algún amigo, etc. Algo que a él le divierta.
- Debemos recordarle a diario la tarea a realizar a la misma hora y del mismo modo.
- Cada día que termine refuerza su trabajo efusivamente, y si hay algo que mejorar, explícale cómo hacerlo mejor la próxima vez, pero sin criticarlo.
- Permítele tener un rincón desordenado o dentro de algún armario, es una necesidad que tiene.
Una vez hayamos instaurado el hábito, podremos observar que aunque esté acostumbrado a realizar esa tarea aún le costará continuarla, porque es algo que querrá evitar hacer a toda costa, y esto es normal. Sin embargo, si le reforzamos cada vez que lo realiza, reconocemos su esfuerzo no sólo ante él sino también ante otros miembros de la familia o amigos, lograremos que continúe realizando esa tarea con más ganas, sabrá hacerla mejor y se sentirá feliz.
Basado en artículo escrito por Ana del Campo Pérez